Andrés Salcedo se embarcó a narrar fútbol, por un mal amor
Nunca pudo llegar a consagrarse como narrador de su gran pasión: el béisbol.
Es curioso cómo se dan las cosas de la vida. La emblemática voz del barranquillero Andrés Salcedo lo llevó a recorrer el mundo, a romper las barreras del idioma y a cambiar el desamor por el fútbol.
Muchos años antes de comenzar a disparar apodos en el fútbol alemán con la precisión de un rifle y de ser una figura consagrada de la Deutsche Welle (DW), Salcedo explicó que llegó al fútbol por una mera casualidad de las circunstancias.
Era el despunte de los años 70 cuando era una de las voces de locución comercial más respetadas de Bogotá. Había llegado a la capital de la República luego de haber rebotado por Barranquilla, Medellín y Valledupar.
Ahí, le tocó hacer radioteatros, grabar cuñas, identificaciones y dar vida con su voz a cuanto texto le iban poniendo en las manos.
Pero un antes y un después fue cuando lo pusieron a leer las cuñas durante las transmisiones del legendario Carlos Arturo Rueda C. más conocido como ‘El Campeón’, el costarricense que se convirtió en el padre de la narración deportiva en Colombia.
Aunque en su corazón nunca hubo interés por el fútbol, a Andrés le era imposible no involucrarse con la forma como Carlos Arturo, con su potente voz, contaba las incidencias dentro de la cancha del estadio Nemesio ‘El Campín’.
“A mí me encantaba escuchar a Rueda. Me decía a mi mismo, si algún día llego a ser locutor de fútbol, quiero decir las cosas como él. Hacía unos símiles maravillosos. Era realmente entretenido escucharlo”, explicó ya muchos años después en un conversatorio con la Acord Atlántico.
Y es que él mismo nunca se propuso a narrar el fútbol. Lo que tenía en el alma era el béisbol, pero en especial los relatos del locutor Marcos Pérez Caicedo.
“Cuando tenía como 12 ó 14 años, de castigo me mandaron para un internado en Corozal, y allá, yo me quedaba absorto contra una ventana imaginando a mi Barranquilla. A los relatos de Marcos Pérez Caicedo, los partidos de béisbol. Finalmente un compañero de colegio me presentó a un señor muy viejito ya, que tenía un radio grandote. En ese radio es que yo iba a escuchar los partidos", rememoró.
Con el tiempo admitió que su más grande frustración fue nunca haberse podido convertir en narrador de béisbol.
Ese niño solitario, a quien le falleció su madre siendo muy pequeño y que terminó siendo criado por unos tíos lejanos; no sabía que ese anhelo de la locución deportiva se le iba a manifestar para llenar el dolor de un mal amor.
Para el año de 1971, Andrés Salcedo se enamoró en Bogotá, le robó el aliento y le doblegó la rebeldía. Y además lo hizo empacar maletas para irse de Colombia.
“Yo tenía en la mente irme del país. Pero, pensaba en ir a probar suerte a Puerto Rico, Cuba, esa región del Caribe. Yo tenía una tía que le hacía sancochos a los peloteros, vivía en Barrio Abajo. Entonces, para ellos yo era como la ‘mascota’ y entonces desde pequeño tuve la ilusión de conocer la tierra de ellos. Sin embargo, la mujer de la que me enamoré quería irse a España. Así que luego de un tiempo, decidimos embarcarnos a la ‘Madre Patria’”.
Salcedo nunca fue muy abierto a contar la amarga historia de esa relación. Al menos, no en público. Solo se limitó a decir que fue desafortunada, que las cosas no se dieron como se esperaban y que le fue muy mal.
Sea como fuera, a la hora de bajar del barco al llegar a costas españolas, Salcedo estaba solo y sin un peso o peseta en los bolsillos del pantalón, en un país distante y del que nunca se interesó en visitar.
Aferrado a los actos de buena voluntad que se fue encontrando en el camino, logró ir pasando los momentos más críticos.
Luego de un tiempo, consiguió empleo en Radio Madrid. Y ahí permaneció, por espacio de un año. Con su voz diferente y su acento latino, se volvió uno de los principales actores de los radioteatros y en los programas grabados para todo el mundo hispanoparlante.
Pero todavía no había cantado su primer gol.
Salcedo recibió una invitación para ir a ser un reemplazo por vacaciones en Alemania.
“El salario por un mes en Alemania era equivalente a casi un año de lo que ganaba en España. Pero tenía que pagar yo mismo los tiquetes en avión ida y vuelta. Pero tuve un compañero, un gran señor, José Luis Pecker. Él trabajaba en una agencia de viajes, la más grande del país y me dijo: ‘Iros y luego pagas el tiquete’. Y así me fui, con tiquetes fiados y por solo un mes”.
No fue llegar y ya se quería devolver por las nevadas calles alemanas.
El día de su llegada salió a caminar por las calles aledañas del hotel y en un aparador de una tienda de electrodomésticos vio por primera vez en su vida un televisor a color.
Extasiado se quedó ahí por minutos y cada vez que tomaba impulso para irse, nuevamente se quedaba pegado viendo la pantalla con la imagen de las cosas en su aspecto original.
“De pronto sentí el frenón de un carro, con el chillido de las llantas. Era un carro patrulla de la Policía, se bajaron dos agentes. Recuerdo bien que el más pequeño de los dos era de 3 metros de alto. Me comenzaron a hablar en un alemán con un tono muy seco, como pude, en mi inglés malo, les dije que yo trabajaba para la Deutsche Welle. Luego me enteré que dos señores que vivían al frente, me vieron sospechosos y los llamaron. La verdad que me quise devolver enseguida”.
Pese a todo, el brío en el pecho de Andrés se calmó. Y es que las cuentas del banco iban divinamente, pues en 15 días le mandó el dinero del tiquete fiado a José Luis Pecker.
“Estando yo allá, se disputaron los Juegos Olímpicos de Múnich 1972 y la DW decidió mandar resúmenes diarios en español de la actividad de las justas a todos los países de Latinoamérica y España y yo era uno de los que los cubría, traducía y grababa”, contó.
La labor informativa le valió a Andrés Salcedo y al equipo de la emisora el Premio Ondas.
Fue ahí, que para 1974 con ocasión del Mundial que ganó Alemania, la DW comenzó envíar resúmenes de las jornadas.
“Todavía no narraba. Lo que hacía era traducir al español el informe de los partidos. Vinieron a trabajar con nosotros dos locutores chilenos Patricio Bañados y Sergio Silvia Acuña. Les aprendí mucho, tenían un estilo que enriqueció el mío, una cosa poética”.
Fue tan buena la acogida que para el inicio de la temporada 1974 la DW compró a razón de 100 marcos por partido los derechos de transmisión radial para la Bundesliga y, rápidamente, armó un grupo de trabajo.
El narrador, claramente, no iba a ser Andrés. Los alemanes contrataron al afamado locutor argentino José María Muñoz, quien a falta de pocos días, les mandó un telegrama diciendo que reconsideró la oferta y que él mejor se quedaba en Buenos Aires.
Ante esto, la Deutsche Welle convocó un casting de emergencia para elegir al narrador y todos los países de latinoamérica mandaron sus audiciones.
“Yo con mi vocecita dije que si podía participar”, dijo Andrés.
Y es que durante su paso por España se enamoró del fútbol. Todas las tardes se quedaba hipnotizado en la radio escuchando a la legendaria voz del narrador ibérico Matías Prats Cañete. Su estilo pausado, poético, fluido, sin gritos, fue el empujón que lo dejó perfilado a narrar.
“Resulta que un día llegué al estudio y me dijeron: te ganaste el casting”.
Así, sin quererlo, llegó a ser como Carlos Arturo Rueda C.: un extranjero que con su voz tomó el micrófono y le dio personalidad al fútbol de una nación, para los hinchas colombianos.
Y es que se la ‘dedicó’ a los alemanes. A todos cuanto pudo, les puso un apodo.
‘Migajita’ Litzbarski, ‘La Pirindola’ Wudge, ‘Escopetita’ Mills, ‘Marraqueta’ Riedi, ‘La Podadora’ Frontzeck, ‘La Pulga’ Simonsen, ‘El Policía’ Kuntz, ‘El Boricua’ Magath, ‘Café Tinto’ Harvick, ‘Ojitos’ Augenthaler, ‘Mateito’ Matheus, ‘Pata de Mula’ Zimmerman, ‘El Perro’ Vogts, ‘El Sargento de Hierro’ Schmeichel, ‘El Osito’ De Beer, ‘El Leñador’ Hoennes, ‘El Poroto’ Hassler, ‘La Momia’ Eder, entre otros jugadores de la época.
Fueron 22 los años en que narró para toda Latinoamérica el fútbol alemán. Otro tanto duró en Venezuela narrando ese deporte. Y regresó a su tierra, Colombia, para quemar lo que él definió como “los últimos cartuchos” de pólvora.
Lo cierto es que su estilo y el desamor que calmó en el micrófono y el vacío que llenó con fútbol, le sirvieron para abrirse un espacio en la memoria. Su voz pudo apagarse, pero su recuerdo nunca se extinguirá.